El Día de Colón es una fecha que se conmemora el descubrimiento de América, el equivalente estadounidense al Día de la Hispanidad, también conocido en algunos lugares como Día de la Raza. Se conmemoran “las audaces expediciones y los logros pioneros” del explorador y navegador genovés Cristóbal Colón, quien en realidad dio el pistoletazo de salida a siglos de injusticias contra los nativos americanos.
Con la financiación de la reina Isabel la Católica de España, Colón navegó a través del Atlántico en busca de una pasaje occidental a Asia, se extravió, y llegó de casualidad a una pequeña isla en el Caribe en 1492.
Al principio le sorprendió la calidez y generosidad de los indígenas, a quienes veía como “un pueblo afectivo… sin codicia… aman a sus vecinos como a ellos mismos”.
Sin embargo, en última instancia sólo estaba interesado en el dinero (se le había prometido una parte de todo el oro y riquezas que llevase de vuelta a España), en la esclavitud humana y en convertir a los indios al catolicismo. “Parecen no tener religión”, escribió, añadiendo que “deberían servir como buenos y habilidosos criados, ya que repiten muy rápido cualquier cosa que les digamos… con 50 hombres todos pueden ser sometidos”. Cuando Colón regresó a España, su primer contingente de esclavos desfiló por las calles de Barcelona y Sevilla.
Después les dijo a los indígenas: “Os certifico que, con la ayuda de Dios, entraremos poderosamente en vuestro país, y haremos la guerra contra vosotros de todos los modos y maneras que podamos, y os someteremos al yugo y a la obediencia de la Iglesia”.
Y eso fue exactamente lo que hicieron Colón y sus Conquistadores.
Recorrieron y merodearon por las montañas, las llanuras y las selvas de las Américas, apaleando, violando y torturando a los habitantes. Arrojaron a bebés a los perros para comer, y cazaron adultos como deporte. “Nuestro trabajo”, dijo Bartolomé de las Casas, un joven cura español, “era exasperar, saquear, matar, destrozar y destruir.” Adoptaron un ultimátum conocido como “El Requerimiento”, con el objetivo de afianzar la soberanía española obligando a los indígenas a “aceptar a la Iglesia como el Soberano y el Superior del mundo entero”, o “haremos todo el daño y perjuicio que podamos”.
Y daño es lo que hicieron. Se cree que cuando Colón llegó a las Américas había 100 millones de habitantes y que el 90% murió por el contacto; muchos sucumbieron ante enfermedades traídas por los europeos – sarampión, viruela, paperas, tifus -, contra las cuales no estaban inmunizados. Este genocidio fue el resultado directo de esos “logros audaces y pioneros”, y la razón por la cual en el estado de Dakota del Sur este día no se conoce como el Día de Colón, sino como el “Día del Nativo Americano”.
Sin embargo, el genocidio de los indígenas que Colón fomentó y que fue perpetuado por los Conquistadores que vinieron después no se limitó a unos pocos años del Siglo XV. Trágicamente, sus creencias racistas y sus ideas de superioridad cultural se mantuvieron hasta mucho después de 1492. El genocidio de los pueblos indígenas no ha parado desde 1492. Han sido bombardeados, envenenados y disparados por colonizadores, ejércitos y gobiernos racistas determinados a beneficiarse de sus tierras.
Las actitudes racistas que apuntalan su destrucción todavía están presentes. Los pueblos indígenas son percibidos por muchos como sucios salvajes y vagabundos retrasados que pertenecen a sociedades arcaicas condenadas. Siguen siendo molestias inútiles para aquellos hambrientos por usar su tierra para la extracción de recursos.
Y todavía son vistos con indiferencia e irrisión por aquellos que tienen creencias férreas en el “progreso”, o el trabajo misionero radical, o la protección del medio ambiente, o cualquier otra presunción no examinada que, en su aplicación práctica, subyugan o destruyen a los pueblos indígenas.
Desde luego, la realidad es que los pueblos indígenas no están retrasados, ni son reliquias de una era pasada. No se están aferrado a los últimos vestigios de su papel en la evolución, destinados a desaparecer. Cuando viven en sus propias tierras, empleando las técnicas y valores que han perfeccionado durante generaciones, los pueblos indígenas están normalmente sanos, son autosuficientes y felices. Son la avaricia, el racismo y el abuso de poder lo que los mata.
El hecho de que muchos pueblos indígenas no tengan ningún deseo en adoptar las costumbres de las denominadas “culturas civilizadas” no significa que no tengan sociedades complejas que evolucionan, que están cambiando y adaptándose continuamente, y que son tan “modernas” como el resto de nosotros.
Sólo por el hecho de que no tengan una educación formal “occidental”, no quiere decir que no sean inteligentes. Por el contrario, poseen conocimientos e ideas de valor inestimable, de las cuales el mundo industrializado podría beneficiarse; tienen filosofías que tienden a situar los valores humanos por encima de los económicos, y creen que el equilibrio con la naturaleza es un prerrequisito para el futuro del planeta.
Pero mientras que las actitudes racistas persistan, también lo hará el genocidio. “Los yanomamis están desprovistos de inteligencia, vagando desnudos y criándose como animales”, declaró un general del ejército brasileño en 1993.
En el año 2010, los yanomamis todavía están luchando por librar a sus tierras de los mineros de oro ilegales – garimpeiros – cuyas enfermedades importadas provocaron la muerte del 20% de su población en los años 80.
Colón era, y todavía es, famoso por su exploración marítima, y esta semana fue alabado por todo EE.UU. (y en España) por su “descubrimiento” del “nuevo mundo”. Pero no fue un “descubrimiento”. Eran los territorios de personas que habían vivido allí durante milenios. Personas que tenían sus propias y fructíferas leyes, rituales, creencias, valores, formas de vida y –contrariamente a una de las primeras impresiones de Colón – religiones.
Aquellas tierras eran sus tierras. Eran sus hogares. Todavía lo son. Actualmente los pueblos indígenas de América se enfrentan a los mismos problemas por los que fueron asolados en el siglo XV – bajo una apariencia moderna.
“La tierra a las que los blancos llaman Brasil pertenecía a los indios”, escribió Megaron Txukarramae, un indígena kayapó de Brasil. “La invadisteis y os hicisteis con ella”.
Alex Celi